Ingreso a la sala, y siento que me confundí de lugar. Hay varios adolescentes tomando unas copas en el bar, antes de ingresar a la sala. Supongo que habrán salido de algún espectáculo de varieté o algo por el estilo. Pero no… Esperan, igual que yo, ver La última cinta de Krapp.
Me quedo pensando… ¿Qué hace tanta juventud viendo este espectáculo? ¿Será que esta obra no se está representando mucho últimamente? Viene a mi mente el recuerdo de una versión de La última cinta magnética dirigida por Ricardo Bartis, con la actuación de Pablo Ruiz. En fin…Me sorprendo gratamente al ver que todos los que estamos allí ingresamos a la sala.
Al parecer, también, se acercan muchos estudiantes de Letras que vienen a ver la representación de un Beckett. Sea por estos motivos o por otros que ignoro, la cuestión es que se percibe un clima renovado ante tanta juventud dicharachera.
Ahora bien: la obra que nos convoca, no trata justamente del esplendor de un adolescente sino de “un hombre viejo, deformado por la edad: Krapp”. La última cinta de Krapp, escrita en 1958 por el autor irlandés Samuel Beckett, nos presenta una estampa inquietante de lo efímero de la vida, provocando una aguda reflexión sobre la noción del tiempo.
Si Beckett puede hoy representarse y continúa provocando un agudo interés, tal vez tenga que ver, en un aspecto, con lo que señala Laura Cerrato, al preguntarse si Beckett se adecua a los preceptos del posmodernismo y por qué: “Sí: el mundo postmoderno puede ser descrito mediante los fenómenos de la destemporalización, la fragmentación, la aleatoriedad, la contradicción, la permutación, el exceso y el cortocircuito, todos ya presentes en la obra de Beckett antes de que apareciera el término “postmoderno”.
La puesta que nos convoca dirigida por Gustavo Durán respeta palabra por palabra el original. En una tarima apenas elevada se sitúa el escritorio, su silla de madera y el magnetófono. Una luz blanca puntual baña el perímetro. Néstor Losada se embarca en la compleja tarea de ponerse a cuestas este gran personaje y sale realmente airoso. Proponiendo un trabajo minucioso sobre el gesto, despojándolo, el personaje se hace presente.
Dos momentos pueden distinguirse: el de la escucha y el de la grabación. En el primero, el acento está puesto en indagar sobre la escucha. Krapp, a través de un magnetófono, oye sus propias palabras como si fueran ajenas. Rebobina, vuelve a escuchar, dialoga con sigo mismo, con el de hace tiempo. Su vejez y soledad aparentan desaparecer con el encendido de su otro yo de juventud. Como si quisiera investigar las secuelas del tiempo, se interna a repetir y repetir palabras. Como si el deseo fuese el de encontrar un sentido a lo que, simplemente, no lo tiene. En el segundo momento, Krapp graba y vuelve a grabar. Se ríe irónicamente del pasado. Se ríe desautorizándolo, con el amargo silencio de saber que no hay más probabilidades.
Un Krapp frío. Este Krapp no busca conmover al espectador, sino que, a través de su mirada atenta, deja que lo acompañemos y después nos alejemos con una extraña sensación: la de lo que deja de ser, lo que es y lo que aún no sabemos que será. Saber la cómica y trágica verdad de que el ser humano no puede escapar a la acción del tiempo.
Publicado en Críticas
Me quedo pensando… ¿Qué hace tanta juventud viendo este espectáculo? ¿Será que esta obra no se está representando mucho últimamente? Viene a mi mente el recuerdo de una versión de La última cinta magnética dirigida por Ricardo Bartis, con la actuación de Pablo Ruiz. En fin…Me sorprendo gratamente al ver que todos los que estamos allí ingresamos a la sala.
Al parecer, también, se acercan muchos estudiantes de Letras que vienen a ver la representación de un Beckett. Sea por estos motivos o por otros que ignoro, la cuestión es que se percibe un clima renovado ante tanta juventud dicharachera.
Ahora bien: la obra que nos convoca, no trata justamente del esplendor de un adolescente sino de “un hombre viejo, deformado por la edad: Krapp”. La última cinta de Krapp, escrita en 1958 por el autor irlandés Samuel Beckett, nos presenta una estampa inquietante de lo efímero de la vida, provocando una aguda reflexión sobre la noción del tiempo.
Si Beckett puede hoy representarse y continúa provocando un agudo interés, tal vez tenga que ver, en un aspecto, con lo que señala Laura Cerrato, al preguntarse si Beckett se adecua a los preceptos del posmodernismo y por qué: “Sí: el mundo postmoderno puede ser descrito mediante los fenómenos de la destemporalización, la fragmentación, la aleatoriedad, la contradicción, la permutación, el exceso y el cortocircuito, todos ya presentes en la obra de Beckett antes de que apareciera el término “postmoderno”.
La puesta que nos convoca dirigida por Gustavo Durán respeta palabra por palabra el original. En una tarima apenas elevada se sitúa el escritorio, su silla de madera y el magnetófono. Una luz blanca puntual baña el perímetro. Néstor Losada se embarca en la compleja tarea de ponerse a cuestas este gran personaje y sale realmente airoso. Proponiendo un trabajo minucioso sobre el gesto, despojándolo, el personaje se hace presente.
Dos momentos pueden distinguirse: el de la escucha y el de la grabación. En el primero, el acento está puesto en indagar sobre la escucha. Krapp, a través de un magnetófono, oye sus propias palabras como si fueran ajenas. Rebobina, vuelve a escuchar, dialoga con sigo mismo, con el de hace tiempo. Su vejez y soledad aparentan desaparecer con el encendido de su otro yo de juventud. Como si quisiera investigar las secuelas del tiempo, se interna a repetir y repetir palabras. Como si el deseo fuese el de encontrar un sentido a lo que, simplemente, no lo tiene. En el segundo momento, Krapp graba y vuelve a grabar. Se ríe irónicamente del pasado. Se ríe desautorizándolo, con el amargo silencio de saber que no hay más probabilidades.
Un Krapp frío. Este Krapp no busca conmover al espectador, sino que, a través de su mirada atenta, deja que lo acompañemos y después nos alejemos con una extraña sensación: la de lo que deja de ser, lo que es y lo que aún no sabemos que será. Saber la cómica y trágica verdad de que el ser humano no puede escapar a la acción del tiempo.
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